El bosque y ∏

John Fowles en El árbol busca, reclama el bosque. Para ello comienza con la infancia y su padre cuyos perales y manzanos fueron los primeros árboles que conoció, frutales hábilmente domeñados para dar excelentes manzanas y peras en un huerto muy reducido. El número π podemos decir que pertenece a la infancia de nuestros primeros conocimientos matemáticos recorridos los números, diagramas, circunferencias y círculos. Fue nuestro inicial número transcendente, casi la fruta primera del árbol de las ciencias no tan exactas, padre de un nuevo tipo de conocimientos que nos servirían para calcular no solo el perímetro del circulo que nos rodea, sino también el espacio. Fecundo y escueto. Tras el caos del campo de batalla, papá Fowles se refugiaba en los subyugados frutales de su fértil y sucinto territorio. Frente a esta tiranía paterna, Fowles hijo, reivindica el bosque de contornos difusos, miembros mezclados y enmarañados, suelos hirsutos cuasi intransitables donde a los robles van asociados helechos y ciervos volantes. Adverso a la cosecha, encarando el beneficio, rechazando el producto, combatiendo el provecho, abominando de la recompensa, busca caminos por los que perderse como el artista que es en sí mismo artista y no escritor a sueldo de editor o público. Porque es la técnica lo que somete a la naturaleza, mientras que es la naturaleza, el bosque, quien proporciona experiencias, vivencias feraces, inalienables e inexpresables. Es la gramática, la ortografía, el oficio lo que hace a un escritor, un pintor, un músico, pero es la personalidad que lo lleva por caminos enzarzados, oscuros, arriesgados la que crea un artista. Lo salvaje frente a lo útil. Y el número π ¿es acaso un salvaje? Ya los egipcios se acercaron a él, 3’16, mesopotámicos, 3’125, griegos, 3’141, romanos, 3’1416, chinos, 3’1415929, hindúes, 3’1416, persas, 3’14159265358979. En 1610 Ludolf Van Ceulen quiso que en su lápida figuraran los 35 decimales por él calculados. Y la historia continúa y ahora con estos utilísimos sistemas de computación de guarismos, informaciones, pequeños y grandes vicios, sentidos e impostados sentimientos, podemos calcular diez millones de decimales en 47’3 segundos.                                                                                      Según Fowles -a partir de ahora el hijo- el afán de clasificación de Linneo -o el amargo fruto del árbol del conocimiento de Uppsala- junto con el férreo engranaje formulado por Darwin han conducido a estas vías donde la necesidad de un objetivo nos ha mediatizado hasta encerrarnos en un afán desnaturalizado, un espacio circular que ni el más prolongado de los π puede medir. Deambular por un bosque sin brújulas, sin lupas, sin guías de campo que conduzcan nuestros pasos, respirando profundamente y perdiéndonos, no nos descubrirá el infinito por más que lo busquemos, pero tenderemos hacia él con más aliento que hacia un dios todopoderoso. Tampoco π, pero tiene la misma tendencia imperecedera.

El número ∏

Digno de admiración es el número Pi
tres coma catorce.
Todas sus siguientes cifras también son iniciales,
quince noventa y dos porque nunca termina.
No deja abarcar sesenta y cinco treinta y cinco con la mirada,
ochenta y nueve con los cálculos
sesenta y nueve con la imaginación,
y ni siquiera treinta y dos treinta y ocho con una broma o sea comparación
cuarenta y seis con nada
veintiséis cuarenta y tres en el mundo.
La serpiente más larga de la tierra después de muchos metros se acaba.
Lo mismo hacen aunque un poco después las serpientes de las fábulas.
La comparsa de cifras que forma el número Pi
no se detiene en el borde de la hoja,
es capaz de continuar por la mesa, el aire,
la pared, la hoja de un árbol, un nido, las nubes, y así hasta el cielo,
a través de toda esa hinchazón e inconmensurabilidad celestiales.
Oh, qué corto, francamente rabicorto es el cometa
¡En cualquier espacio se curva el débil rayo de una estrella!
Y aquí dos treinta y uno cincuenta y tres diecinueve
mi número de teléfono el número de tus zapatos
el año mil novecientos sesenta y tres sexto piso
el número de habitantes sesenta y cinco céntimos
centímetros de cadera dos dedos una charada y mensaje cifrado,
en la cual ruiseñor que vas a Francia
y se ruega mantener la calma,
y también pasarán la tierra y el cielo,
pero no el número Pi, de eso ni hablar,
seguirá sin cesar con un cinco en bastante buen estado,
y un ocho, pero nunca uno cualquiera,
y un siete que nunca será el último,
y metiéndole prisa, eso sí, metiéndole prisa a la perezosa eternidad
para que continúe.

Wislawa Szymborska. Traducción de Carlos Marrodán Casas.